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-¿Un duelo?
-Eso creo -respondio ella-. Aún no lo sé con seguridad. Pero creo que es la única
salida. El secreto debe ser absoluto, Dave, absoluto. Si se escapara alguna palabra de
esto, sería... muy malo para nosotros.
Él sabía lo que ella quería decir, y frunció los labios en un silbido sin sonido. Esa
sombra pasaba siempre sobre todos los Calvos.
-¿De qué se trata?
Ella no respondió directamente.
-Tú eres naturalista. Eso es bueno. Lo que necesito es un hombre que pueda
enfrentarse con un telépata en términos de ligera superioridad. Ningun no Calvo lo haría,
aun en el caso de que pudiera hablar de esto con un no Calvo. Lo que debo conseguir es
un hombre con mente rápida, que además esté físicamente preparado para responder de
forma instantánea.
-Uh, uh...
-No había muchos -dijo-. Aun cuando las mentes se mueven a la misma velocidad,
siempre existe una diferencia fraccional en la respuesta muscular. Y estamos demasiado
bien entrenados. Los juegos de destreza competitiva...
-He pensado en eso -dijo Barton . Más de una vez, también. Ningún juego basado en
la guerra nos conviene.
-Ningún juego en el que uno se deba enfrentar al oponente. Me gusta el golf, pero no
podría jugar al tenis aunque quisiera.
-Bueno -dijo Barton-, yo no boxeo ni practico lucha. Ni tampoco juego al ajedrez. Pero
si a frontón-azar... ¿has visto alguna vez un partido?
Ella asintió.
-La pared esta llena de relieves; nunca se sabe de qué modo va a rebotar la pelota.
Además, además, la pared está dividida en secciones que se deslizan al azar. Se puede
controlar la fuerza, pero no la dirección. Es algo singular. Es nuevo y naturalmente no
está difundido, pero un amigo mío tiene uno. Un hombre llamado Denham.
-Él me habló de ti.
-Me lo imaginé.
-Durante quince años te has dedicado a cazar toda clase de animales, desde tigres
hasta cobras reales. Eso exige tener sentido de los momentos precisos. No cualquier
persona puede percibir la presencia de una cobra...
-Cuida tu barrera -dijo Barton asperamente-. Sentí algo. ¿Qué es lo que anda mal?
Ella dejo escapar un trémulo suspiro.
-Tengo muy poco control. Vamonos de aquí.
Atravesaron todo el zoológico. Cuando pasaron cerca del tanque del tiburón, Barton
bajó la vista y se encontró con los preocupados ojos de la muchacha.
-¿Algo así?
-Algo así -asintió ella-, pero a Ellos no los podemos meter en jaulas.
Comiendo bagre y bebiendo vino de Shasta, ella, le contó.
A Ellos no los podemos enjaular. Astutos, peligrosos, y muy cuidadosos. Constituían,
entre las tres variedades de telépatas, el grupo intermedio. La misma mutación, pero...
pero.
Las radiaciones duras eran pura dinamita. Cuando al delicado cerebro humano se
incorpora una funcion completamente nueva, se altera un hermoso y antiguo equilibrio.
Así fue como resultaron tres grupos; uno era un fracaso total, que había traspuesto la
frontera mental de la locura, la demencia precoz y la paranoia.
Otro grupo, al que pertenecían Sue Connaught y Barton -la enorme mayoría-, estaba
adaptado al mundo no telepático. Usaban peluca.
Pero el grupo intermedio era paranoide... y sano.
Entre esos telépatas se encotraban los egoístas inadaptados, los que durante largo
tiempo se habían negado a llevar peluca, y que se jactaban de su condicion superior.
Tenían la astucia y el sentido de completa autojustificación propios de los verdaderos
tipos paranoides, y eran esencialmente antisociales. Pero no estaban locos.
Y no se los podía enjaular. Porque eran telépatas y era imposible enjaular la mente.
Terminaron con un pastel de cacao brasileño, café y licor del Mississippi, preparado
por los monjes del monasterio de Swanee. Barton puso en contacto la punta de su
cigarrillo con el papel de ignición del paquete. Aspiró el humo.
-No se trata entonces de una gran conspiración.
-Esas cosas comienzan lentamente. Unas pocas personas..., pero comprendes el
peligro.
Barton asintió.
-Claro que lo comprendo. Pero es muy mal remedio. Unos cuantos Calvos paranoides,
poniendo en práctica un loco plan de sabotaje... Sin embargo preferiría que me dijeras
más. Por ejemplo: ¿por qué yo? ¿Por qué tú?
Para un no telépata, la pregunta hubiese resultado poco clara. Pero Sue alzó las cejas
y respondió:
-Tú, porque posees los reflejos de los que hablé y porque yo tuve la suerte de
encontrarte antes de llegar a estar lo bastante desesperada para buscar un sustituto. En
cuanto a mí -vaciló-, ésa es la parte mas extraña. Nadie hubiera podido dar con ellos, a [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]

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