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Y él siempre se rió y dijo:
 Placer y dolor se hallan próximos el uno del otro.  O algo parecido.
Y a medida que transcurrían los días, ella empezó a preparar las comidas y a frotar sus
hombros y a mezclar sus bebidas y a recitarle algunas poesías que de algún modo él
había amado en su tiempo.
Un mes. Un mes, sabía, y todo llegaría a su fin. Las faioli, fueran lo que fuesen,
pagaban por la vida que arrebataban con los placeres de la carne. Siempre sabían
cuándo la muerte de un hombre estaba próxima.. Y en este sentido, siempre daban más
de lo que recibían. La vida era huidiza pese a todo, y ellas la realzaban antes de llevársela
consigo, muy probablemente para alimentarse de ella, el precio de las cosas que habían
dado.
John Auden sabía que ninguna faioli en todo el universo había conocido nunca a un
hombre como él.
Sythia era como la madreperla, y su cuerpo era alternativamente frío y cálido a sus
caricias, y su boca era una diminuta llama que prendía cada vez que la tocaba, con sus
dientes como agujas y su lengua como el corazón de una flor. Y así llegó a conocer esa
cosa llamada amor hacia la faioli llamada Sythia.
Realmente no ocurrió mucho más allá del amor. Él sabía que ella lo deseaba, en
definitiva para usarlo, y él era quizá el único hombre en el universo capaz de engañar a
una de su clase. La suya era la perfecta defensa contra la vida y contra la muerte. Ahora
que era humano y estaba vivo, lloraba a menudo cuando consideraba aquello.
Tenía más de un mes de vida.
Tenía quizá tres o cuatro.
En consecuencia, este mes era un precio que estaba dispuesto a pagar por lo que
fuera que la faioli ofrecía.
Sythia arañó su cuerpo y lo drenó hasta la última gota del placer contenido en sus
agotadas células nerviosas. Lo convirtió en una llama, en un iceberg, en un niño pequeño,
en un hombre viejo. Cuando estaban juntos, los sentimientos de él eran tales que
consideraba el consolamentum como algo que podía aceptar realmente a final del mes,
que ya se estaba acercando. ¿Por qué no? Sabía que había llenado a propósito su mente
con la presencia de ella. Pero, ¿qué más podía ofrecerle la existencia? Esta criatura de
más allá de las estrellas le había traído todas las cosas que cualquier hombre podía
desear. Lo había bautizado con la pasión y lo había confirmado con la relajación que
sigue después. Quizá el olvido final de su último beso fuera lo mejor después de todo.
La sujetó y la atrajo hacia sí. Ella no lo comprendió, pero respondió.
La amó por eso, y esto fue casi su fin.
Hay una cosa llamada enfermedad que golpea a todas las cosas vivas, y él la había
conocido más allá del alcance de cualquier hombre vivo. Ella no podía comprenderlo,
siendo una cosa-mujer que sólo había conocido la vida.
Así que él nunca intentó decírselo, aunque cada día el sabor de sus besos era más
fuerte y salado y cada uno le parecía una sombra que se fortalecía, cada vez más oscura,
fuerte y pesada, de lo que ahora sabía que deseaba más que ninguna otra cosa.
Y llegaría el día. Y llegó.
La atrajo hacia sí y la acarició, y los calendarios de todos sus días cayeron a su
alrededor.
Supo, mientras se abandonaba a sus maniobras y a la gloria de su boca, de sus
pechos, que había sido atrapado, como les ocurre a todos los hombres que las han
conocido, por el poder de la faioli. Su fuerza era su debilidad. Eran lo definitivo en mujer.
Con su fragilidad engendraban el deseo de complacer. Él deseaba fundirse con el pálido
paisaje de su cuerpo, penetrar en los círculos de sus ojos y nunca salir de ellos.
Sabía que había perdido. Porque a medida que los días se iban desvaneciendo a su
alrededor se iba debilitando. Apenas era capaz de garabatear su nombre en el recibo
entregado por el robot que avanzaba hacia él, aplastando cajas torácicas y quebrando
cráneos con cada terrible paso. Lo envidió brevemente. Asexuado, sin pasiones,
totalmente dedicado al deber. Antes de despedirlo le preguntó:
 ¿Qué harías si tuvieras deseos y te encontraras con algo que te diera todas las
cosas que desearas en el mundo?
 Intentaría... conservarlo  dijo el robot, con sus luces rojas parpadeando en su
cabeza antes de darse la vuelta y marcharse pesadamente a través del Gran Cementerio.
 Sí  dijo John Auden en voz muy alta , pero esto no puede hacerse.
Sythia no lo comprendía, y aquel día que hacía el treinta y uno regresaron al lugar
donde él había vivido durante un mes y sintió el miedo a la muerte, fuerte, muy fuerte,
descender sobre él.
Ella fue más exquisita que nunca antes, pero él temía aquel encuentro final.
 Te quiero  dijo finalmente él, porque era una cosa que nunca había dicho antes, y
ella le acarició la frente y lo besó.
 Lo sé  le dijo , y tu tiempo de amarme completamente casi ha llegado. Antes del
acto final de amor, mi John Auden, dime una cosa: ¿qué es lo que te mantiene aparte?
¿Por qué sabes mucho más de las cosas que no son vida que cualquier otro mortal?
¿Cómo te acercaste a mí aquella primera noche sin que yo me apercibiera?
 Porque ya estoy muerto  confesó él . ¿No puedes verlo cuando me miras a los
ojos? ¿No sientes como un estremecimiento especial cada vez que te toco? Vine aquí en
vez de dormir el sueño frío, que me convertiría en una cosa como muerta, un olvido en el
cual ni siquiera sabría que estaba esperando, esperando una cura que tal vez no llegase
nunca, la cura a una de las últimas enfermedades realmente fatales que aún existen en el
universo, la enfermedad que ahora sólo me deja un pequeño tiempo de vida.
 No comprendo  dijo ella.
 Bésame y olvídalo  dijo él . Es mejor así. Sin duda nunca habrá una cura, porque
algunas cosas permanecen siempre oscuras, y seguramente yo he sido olvidado. Tienes
que haber sentido la muerte en mí, cuando restablecí mi humanidad, porque ésta es la
naturaleza de las de tu clase. Lo hice para gozar de ti, sabiendo que perteneces a las
faioli. Así que toma tu placer de mí ahora, sabiendo que lo compartiré. Le doy la
bienvenida. Te he cortejado sin saberlo todos los días de mi vida.
Pero ella sentía curiosidad y le preguntó (usando por primera vez un tono familiar):
 ¿Cómo entonces consigues este equilibrio entre la vida y lo que no es vida, esta
cosa que te mantiene consciente pero no vivo?
 Hay controles instalados en este cuerpo que desgraciadamente ocupo. Tocar este
lugar en mi sobaco izquierdo hará que mis pulmones dejen de respirar y mi corazón
detenga sus latidos. Tengo instalado en mi interior un sistema electroquímico como los
que poseen mis robots (invisibles para ti, lo sé). Ésta es mi vida dentro de la muerte. La
pedí porque temía el olvido. Me ofrecí voluntario para ser el cuidador del cementerio del
universo, porque en este lugar no hay nadie que me mire y se sienta repelido por mi
apariencia como de muerto. Por eso soy lo que soy. Bésame y terminemos.
Pero habiendo tomado la forma de mujer, o quizá siendo mujer todo el tiempo, la faioli
que se llamaba Sythia sintió curiosidad, y dijo: [ Pobierz całość w formacie PDF ]

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